sábado, 6 de diciembre de 2008

LAS MODAS EN TV: ¿ESENCIA DE ALGO?


Hace unos días, mientras paseaba por la calle, escuché una de aquellas legendarias preguntas que un hombre barbudo y con pelo en pecho le formulaba a un chavalín de unos 12 años: “chaval, ¿y tú que quieres ser de mayor?”, a lo que el niño responde en ademán guerrero: “el animal Batistaaaa!!!”. Sí, sí, han leído bien, a-ni-mal Ba-ti-sta, ni más ni menos. Para quienes desconozcan la identidad del susodicho, se trata de uno de los luchadores más célebres del Wrestling televisivo norteamericano; o lo que es lo mismo, una masa de fibra muscular que ronda los 140 kilos de peso, los 2 metros de altura y que se gana las habichuelas propinando y recibiendo mamporros simulados sobre un cuadrilátero, al tiempo que la masa efervescente y extasiada le aclama como si de una divinidad se tratara.

Pese a lo anecdótico de la respuesta del chaval (los niños siempre anhelan ser más grandes, más fuertes, más rápidos, más... sin límites) aquello me dio que pensar. Con qué fuerza el mundo del show ha irrumpido en nuestras vidas y en las de los más jóvenes... Parece que la televisión se ha convertido en una máquina de entretenimiento 24h, en una fábrica del showtime, de exhibir lo increíble, lo morboso, de saciar las curiosidades más instintivas de la persona.

Médico, bombero, astrónomo, agricultor, muchas son las profesiones o personajes que podría haber mencionado aquel enérgico niño, pero algo falla : que no “venden” ¿Si de lo que se trata es de impresionar y dejar atónito al personal, quién va a deleitarse con el trabajo entregado de un médico, o con el esmero de un buen maestro? Estos no alimentan el engranaje del show business que parece tomar cada vez más protagonismo en nuestras vidas y en nuestras conductas. Se podría decir que la caja tonta, con su incalculable y sutil poder de sugestión, se ha ocupado de encumbrar y sublimar a determinados personajes, al tiempo que otros socialmente más enriquecedores se ven relegados al olvido. Gran parte de la juventud (o tal vez no sólo la juventud) admira, idolatra e incluso trata de imitar a los actores y actrices de Hollywood, a los futbolistas, a las modelos de pasarela y a los cantantes de música. Se aspira al glamour, a la riqueza y al boato. Si uno/a se detiene a pensarlo, es fácil percatarse que todo ello está basado en lo superfluo, en lo caduco, en lo exterior. Será que es “lo que se lleva”. ¿Estaremos, sin querelo, edificando nuestras vidas sobre unos cimientos tan enclenques y efímeros que se los lleva el tiempo?, ¿unos cimientos tan fugaces e itinerantes como esas modas prediseñadas para la masa por determinados ingenieros de tendencias?

Dicho lo cual, parece lógico que aquel jovenzuelo admire al animal Batista y no a un tal Santiago Ramón y Cajal, a John Fitzgerald Kennedy o a Mahatma Gandhi, por otro lado, personajes sobre los cuales difícilmente ese niño llegue a leer algo; ya saben..., no están de moda. ¿Por qué voy que leer las memorias de Gandhi, pudiendo ver un apasionante combate de Wrestling, o por qué voy a leer una biografía de JFK, pudiendo jugar toda la tarde a la Play? Ya saben... la moda. El problema que tal vez tenga la moda es que no va mucho con el cultivo del intelecto, con lo que cada vez éste se ve más arrinconado, atrofiándose irremediablemente de generación en generación. Con tanta moda auspiciada y propagada por la tele, las personas “descubrimos” cada vez un mayor número de necesidades vitales nuevas, pero por lo general, poco relacionadas con el cultivo de la masa gris, ¿a alguien se le ocurre el porqué? Como dice Arcadi Oliveres en clave de humor en una de sus brillantes conferencias, “parece que sutilmente se nos pretende dirigir hacia el encefalograma plano”.

Meses atrás, un amigo mío diestro en literatura me comentaba que existía el tiempo en que la gente empleaba su tiempo en leer a los clásicos que escribían acerca de los temas universales, profundos e inherentes al ser humano. ¿Qué pasó con ellos? Pues que han sido suplantados por otros temas o modas que tienen de universales lo que yo de hombre bala. ¡Mucho ojo con leer a Shakespeare, Cervantes, Dostoievski, Joyce o a Sófocles!, como se les ocurra abrir alguno de sus libros corren el grave riesgo de convertirse en frikis. Cosa de modas.

Para finalizar la reflexión, desearía romper una lanza a favor de muchos olvidados y poco admirados médicos, maestros, campesinos, enfermeras, y tantos otros profesionales dedicados al servicio de la sociedad y que trabajan por un entorno cada día algo mejor. Por último, y con el debido respeto a la industria del espectáculo en cualquiera de sus ramas, pienso que existen cosas más importantes, edificantes, realizantes, gratificantes, fructíferas, enriquecedoras y un largo etcétera; que el entretenimiento a full-time. La pena es que no están de moda.

viernes, 5 de diciembre de 2008

ADOLESCENCIA Y TELEVISIÓN (Artículo publicado el 21 de dicembre en el Diari de Tarragona)


Se dice que el futuro y la prosperidad de un país depende de las jóvenes generaciones; niños y adolescentes cuya formación determinará el devenir de la nación. En alusión a tal afirmación, psicólogos y neurólogos han contrastado científicamente lo que podría parecer una obviedad: la reiteración de inputs (mensajes) visuales y auditivos percibidos a diario por el niño/joven condicionará su formación y, en efecto, su personalidad. Por tanto, los mensajes y sus valores inherentes, asimilados consciente o inconscientemente por el joven influirán en su conducta futura.


La gran mayoría de la población estará de acuerdo en que el cultivo de valores como responsabilidad, solidaridad, generosidad, altruismo, cultura del esfuerzo, capacidad de sacrificio, y un largo etcétera, son valores socialmente aceptados como positivos para uno mismo y su entorno. Ahora bien, ¿qué sucede si la reiteración de inputs a los que se someten a nuestros hijos no transmiten valores personal y socialmente edificantes, sino otro tipo de conductas, en ocasiones, destructivas?, ¿y qué sucede si esos inputs no sólo se suceden de modo reiterado, sino que pasan a ser sugeridos a diario a modo de goteo incesante? Agresividad, precocidad y promiscuidad sexual, deslealtad, individualismo, incultura, ley del mínimo esfuerzo, hedonismo y consumo exacerbado como fines en sí mismo. Gran hermano, Islas de famosos, un sinfín de programas de chismorreo Hollywoodiense (como si fuesen EL modelo a seguir), Grand Theft Auto y demás videojuegos viscerales, series juveniles adoctrinantes, incesante publicidad abrumadora, etc. ¿Nos suena? El pan de cada día, verdad?


Del mismo modo que un chaval se puede empapar de mensajes positivos a través de maestros ejemplares, de su familia, de deportes o juegos educativos, etc; los cuales incidirán en su personalidad y posterior conducta, también lo hacen con los valores y comportamientos que perciben de la tele a través de series récord de audiencia o reality shows que sistemáticamente equiparan la conducta y condición humana a la animal como si eso fuese "lo normal". Estos son los mensajes que consciente o inconscientemente el joven está asimilando y asumiendo como "normales" a través de cada vez más programas de televisión.
El problema deviene acuciante cuando uno se percata que el niño/adolescente permanece tres horas al día (quizá tiro corto) estático y boquiabierto frente al formador de masas y "educador" nº 1 en nuestro país: la tele! La conversión a cifras es cuanto menos alarmante: al cabo del año esto equivale a 1.095 horas frente a la caja hipnótica. No soy neurólogo ni psiquiatra, pero pienso que en 1.095 horas, la incidencia de miles de inputs puede calar muy hondo en la mente y en la personalidad de un joven. ¿Porqué otorgamos tan preciado privilegio (la formación de nuestros hijos) a la televisión. Hay quien exclama: "qué mal va el país", "la sociedad se está denigrando", "¿hasta dónde vamos a llegar?"; fácil: hasta donde las principales cadenas y productoras se les antoje, ellos deciden. Nuestro entorno se está denigrando igual que gran parte de su programación televisiva porque ambos se retroalimentan. La sociedad se está convirtiendo en fiel reflejo de un mundo irreal que emana del televisor y trata de sustituir la escala de valores predominante hasta nuestros días en nuestra cultura.

Tal vez nos empecemos a percatar de que los padres están perdiendo el control en la educación de sus hijos y que el gran poder sugestivo y de influencia de la televisión está suministrando a los jóvenes constantes dosis de los valores subversivos que abundan cada vez más en nuestra sociedad. Con todo, parece que el rol formativo o deformativo de la televisión es cada vez más evidente. Quizás estar al tanto de que este fenómeno es ya una realidad sea un primer paso importante para enderezar el rumbo. No olvidemos que con 10, 12 ó 15 años, un joven es como una esponja que absorbe intensamente los inputs que recibe. ¿Creen que las productoras o cadenas velan por la calidad humana y educativa de esos inputs?

CULTURA DE PRODUCTIVIDAD vs. EUTANASIA: HECHA LA LEY, HECHA LA TRAMPA (Artícluo publicado el 25 de julio en el Diari de Tarragona)


Nuestro modelo socio-económico se basa en la "cultura de la productividad". Dinámicas de productividad que sostienen el insaciable anhelo de consumo imperante en nuestra sociedad. Una rueda que nunca cesa de girar: generar, tener, gastar, consumir y vuelta a empezar. Más y más y siempre más. ¿Sostenible?, ¿Evolucionamos hacia el "homo insatisfectus"?, ¿quizá existan límites ético-morales al consumo desbocado?, quizá el consumo debiera ser gestionado por una recia conciencia rectora que prevalezca sobre los impulsos consumistas. El angelito y el diablillo que nos susurran: "lo necesitas!", "es superfluo!".


Hoy, con ese frenesí productivo, la eutanasia resulta un asunto espinoso. Amenábar abrió la caja de los truenos con Mar adentro. Pero quizá ese caso no represente todos los potenciales casos de eutanasia. Hay quien prefiere seguir viviendo, como también hay personas que caen en profundas depresiones, lo cual les conduce a plantearse la muerte de manera temporalmente condicionada. Hay casos como el de Isidre Esteve, que ante el varapalo que le sobreviene inicia una lucha diaria por VIVIR cada uno de los minutos de su vida. Otros desean morir; sin más. Cada cuál ejerce su "libre libertad", o dejémoslo en libertad.

Con todo, lo que está en juego son vidas, por eso los legisladores deben ser visionarios analistas capaces de prever futuras desviaciones o actuaciones ilícitas derivadas de la ley. “Hecha la ley, hecha la trampa”; esperemos que la trampa de esta ley jamás suceda a la misma. La aprobación de la eutanasia podría propiciar sutiles asesinatos indemostrables u homicidios "altruistas" al socaire de la ley. El filme de Amenábar refleja un caso de eutanasia, pero ¿por qué no se filma una película que comunique tan emotivamente casos de envenenamientos forzados, sedaciones sin consentimiento, abandonos, negligencias y demás sucedáneos de la eutanasia? No nos engañemos con ruborizaciones ni corrección política, la imaginación humana no tiene límites, y a la historia me remito.


El tandem eutanasia/modelo socio-económico podría propiciar auténticas aberraciones. ¿Por qué? Pues porque en nuestro modelo productivista, todo aquél no productivo puede ser concebido como un estorbo. Habrá quienes ante ciertas coyunturas familiares se verán tentados a pensar "es tarde y no tengo ganas de darle cuatro cucharadas de caldo, además, su deterioro físico ME hunde, y además, no es agradable para MÍ verle así, babea y a veces se lo hace encima, y, además, yo quería ir en agosto de viaje con MI flamante marido para estrenar el Cayenne, además, dice el doctor que tiene Alzheimer y en cuatro días ni me reconoce. Aquí estamos cuatro días y él/ella ya ha hecho lo que tenía que hacer en la vida" (el tema herencias come a parte). Sería entonces cuando se visualizaría lo bien que se podría vivir sin ese "escollo" a la comodidad: "si la ley ampara la opción, ¿por qué no?". Es cruel, pero no por ello irreal. No nos engañemos, hecha la ley, hecha la trampa; o sino, ¿cómo distinguir entre voluntad objetiva y persuasión sutil?, ¿lucidez mental, malestar con el entorno, o depresión galopante?, ¿“soy un estorbo”= falta de cariño? Por cada caso de muerte objetivamente voluntaria, ¿cuántos otros serán producto de la artimaña indeseable y la sutileza, que por otro lado es difícil de probar? Porque la ley juzga hechos, no intenciones.


¿Es éste el trato que queremos que se otorgue a los más débiles? Claro que no son productivos, pero muy por encima de ese utilitarismo está su dignidad en tanto que ser humano, y su condición de padre, tío o abuelo. Para finalizar tan solo querría recordar una realidad insalvable: en 10, 20 ó 40 años, ese anciano desvalido seremos nosotros. Quizá merezca la pena pensárselo dos veces.