Hace unos días, mientras paseaba por la calle, escuché una de aquellas legendarias preguntas que un hombre barbudo y con pelo en pecho le formulaba a un chavalín de unos 12 años: “chaval, ¿y tú que quieres ser de mayor?”, a lo que el niño responde en ademán guerrero: “el animal Batistaaaa!!!”. Sí, sí, han leído bien, a-ni-mal Ba-ti-sta, ni más ni menos. Para quienes desconozcan la identidad del susodicho, se trata de uno de los luchadores más célebres del Wrestling televisivo norteamericano; o lo que es lo mismo, una masa de fibra muscular que ronda los 140 kilos de peso, los 2 metros de altura y que se gana las habichuelas propinando y recibiendo mamporros simulados sobre un cuadrilátero, al tiempo que la masa efervescente y extasiada le aclama como si de una divinidad se tratara.
Pese a lo anecdótico de la respuesta del chaval (los niños siempre anhelan ser más grandes, más fuertes, más rápidos, más... sin límites) aquello me dio que pensar. Con qué fuerza el mundo del show ha irrumpido en nuestras vidas y en las de los más jóvenes... Parece que la televisión se ha convertido en una máquina de entretenimiento 24h, en una fábrica del showtime, de exhibir lo increíble, lo morboso, de saciar las curiosidades más instintivas de la persona.
Médico, bombero, astrónomo, agricultor, muchas son las profesiones o personajes que podría haber mencionado aquel enérgico niño, pero algo falla : que no “venden” ¿Si de lo que se trata es de impresionar y dejar atónito al personal, quién va a deleitarse con el trabajo entregado de un médico, o con el esmero de un buen maestro? Estos no alimentan el engranaje del show business que parece tomar cada vez más protagonismo en nuestras vidas y en nuestras conductas. Se podría decir que la caja tonta, con su incalculable y sutil poder de sugestión, se ha ocupado de encumbrar y sublimar a determinados personajes, al tiempo que otros socialmente más enriquecedores se ven relegados al olvido. Gran parte de la juventud (o tal vez no sólo la juventud) admira, idolatra e incluso trata de imitar a los actores y actrices de Hollywood, a los futbolistas, a las modelos de pasarela y a los cantantes de música. Se aspira al glamour, a la riqueza y al boato. Si uno/a se detiene a pensarlo, es fácil percatarse que todo ello está basado en lo superfluo, en lo caduco, en lo exterior. Será que es “lo que se lleva”. ¿Estaremos, sin querelo, edificando nuestras vidas sobre unos cimientos tan enclenques y efímeros que se los lleva el tiempo?, ¿unos cimientos tan fugaces e itinerantes como esas modas prediseñadas para la masa por determinados ingenieros de tendencias?
Dicho lo cual, parece lógico que aquel jovenzuelo admire al animal Batista y no a un tal Santiago Ramón y Cajal, a John Fitzgerald Kennedy o a Mahatma Gandhi, por otro lado, personajes sobre los cuales difícilmente ese niño llegue a leer algo; ya saben..., no están de moda. ¿Por qué voy que leer las memorias de Gandhi, pudiendo ver un apasionante combate de Wrestling, o por qué voy a leer una biografía de JFK, pudiendo jugar toda la tarde a la Play? Ya saben... la moda. El problema que tal vez tenga la moda es que no va mucho con el cultivo del intelecto, con lo que cada vez éste se ve más arrinconado, atrofiándose irremediablemente de generación en generación. Con tanta moda auspiciada y propagada por la tele, las personas “descubrimos” cada vez un mayor número de necesidades vitales nuevas, pero por lo general, poco relacionadas con el cultivo de la masa gris, ¿a alguien se le ocurre el porqué? Como dice Arcadi Oliveres en clave de humor en una de sus brillantes conferencias, “parece que sutilmente se nos pretende dirigir hacia el encefalograma plano”.
Meses atrás, un amigo mío diestro en literatura me comentaba que existía el tiempo en que la gente empleaba su tiempo en leer a los clásicos que escribían acerca de los temas universales, profundos e inherentes al ser humano. ¿Qué pasó con ellos? Pues que han sido suplantados por otros temas o modas que tienen de universales lo que yo de hombre bala. ¡Mucho ojo con leer a Shakespeare, Cervantes, Dostoievski, Joyce o a Sófocles!, como se les ocurra abrir alguno de sus libros corren el grave riesgo de convertirse en frikis. Cosa de modas.
Para finalizar la reflexión, desearía romper una lanza a favor de muchos olvidados y poco admirados médicos, maestros, campesinos, enfermeras, y tantos otros profesionales dedicados al servicio de la sociedad y que trabajan por un entorno cada día algo mejor. Por último, y con el debido respeto a la industria del espectáculo en cualquiera de sus ramas, pienso que existen cosas más importantes, edificantes, realizantes, gratificantes, fructíferas, enriquecedoras y un largo etcétera; que el entretenimiento a full-time. La pena es que no están de moda.
Pese a lo anecdótico de la respuesta del chaval (los niños siempre anhelan ser más grandes, más fuertes, más rápidos, más... sin límites) aquello me dio que pensar. Con qué fuerza el mundo del show ha irrumpido en nuestras vidas y en las de los más jóvenes... Parece que la televisión se ha convertido en una máquina de entretenimiento 24h, en una fábrica del showtime, de exhibir lo increíble, lo morboso, de saciar las curiosidades más instintivas de la persona.
Médico, bombero, astrónomo, agricultor, muchas son las profesiones o personajes que podría haber mencionado aquel enérgico niño, pero algo falla : que no “venden” ¿Si de lo que se trata es de impresionar y dejar atónito al personal, quién va a deleitarse con el trabajo entregado de un médico, o con el esmero de un buen maestro? Estos no alimentan el engranaje del show business que parece tomar cada vez más protagonismo en nuestras vidas y en nuestras conductas. Se podría decir que la caja tonta, con su incalculable y sutil poder de sugestión, se ha ocupado de encumbrar y sublimar a determinados personajes, al tiempo que otros socialmente más enriquecedores se ven relegados al olvido. Gran parte de la juventud (o tal vez no sólo la juventud) admira, idolatra e incluso trata de imitar a los actores y actrices de Hollywood, a los futbolistas, a las modelos de pasarela y a los cantantes de música. Se aspira al glamour, a la riqueza y al boato. Si uno/a se detiene a pensarlo, es fácil percatarse que todo ello está basado en lo superfluo, en lo caduco, en lo exterior. Será que es “lo que se lleva”. ¿Estaremos, sin querelo, edificando nuestras vidas sobre unos cimientos tan enclenques y efímeros que se los lleva el tiempo?, ¿unos cimientos tan fugaces e itinerantes como esas modas prediseñadas para la masa por determinados ingenieros de tendencias?
Dicho lo cual, parece lógico que aquel jovenzuelo admire al animal Batista y no a un tal Santiago Ramón y Cajal, a John Fitzgerald Kennedy o a Mahatma Gandhi, por otro lado, personajes sobre los cuales difícilmente ese niño llegue a leer algo; ya saben..., no están de moda. ¿Por qué voy que leer las memorias de Gandhi, pudiendo ver un apasionante combate de Wrestling, o por qué voy a leer una biografía de JFK, pudiendo jugar toda la tarde a la Play? Ya saben... la moda. El problema que tal vez tenga la moda es que no va mucho con el cultivo del intelecto, con lo que cada vez éste se ve más arrinconado, atrofiándose irremediablemente de generación en generación. Con tanta moda auspiciada y propagada por la tele, las personas “descubrimos” cada vez un mayor número de necesidades vitales nuevas, pero por lo general, poco relacionadas con el cultivo de la masa gris, ¿a alguien se le ocurre el porqué? Como dice Arcadi Oliveres en clave de humor en una de sus brillantes conferencias, “parece que sutilmente se nos pretende dirigir hacia el encefalograma plano”.
Meses atrás, un amigo mío diestro en literatura me comentaba que existía el tiempo en que la gente empleaba su tiempo en leer a los clásicos que escribían acerca de los temas universales, profundos e inherentes al ser humano. ¿Qué pasó con ellos? Pues que han sido suplantados por otros temas o modas que tienen de universales lo que yo de hombre bala. ¡Mucho ojo con leer a Shakespeare, Cervantes, Dostoievski, Joyce o a Sófocles!, como se les ocurra abrir alguno de sus libros corren el grave riesgo de convertirse en frikis. Cosa de modas.
Para finalizar la reflexión, desearía romper una lanza a favor de muchos olvidados y poco admirados médicos, maestros, campesinos, enfermeras, y tantos otros profesionales dedicados al servicio de la sociedad y que trabajan por un entorno cada día algo mejor. Por último, y con el debido respeto a la industria del espectáculo en cualquiera de sus ramas, pienso que existen cosas más importantes, edificantes, realizantes, gratificantes, fructíferas, enriquecedoras y un largo etcétera; que el entretenimiento a full-time. La pena es que no están de moda.
1 comentario:
Crec que aquest és de tots el que més m'ha agradat, llàstima que aquest encara no ha estat publicat, a veure si l'envies al Diari i hi ha sort.
Laia
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